sábado, 14 de junio de 2008

sos vos (es ella)

Sos vos, inevitablemente, la que esta del otro lado del espejo; tu figura media mística media naranja se difumina y se distrae entre el fondo oscuro. Sos vos, sin duda, que me miras con culpa y resentimiento por lo que pasó, y sin embargo no puedo o no quiero correr la mirada. Me estimula el propio miedo a mirarte, eso de tener que ver la sangre correr o continuar viendo aquello que se nos prohíbe o que nos hace daño; no puedo, si quiero, correr la cara, la tengo un poco atada a mis hombros que de a poco se ceden a la gravedad y se caen, dejando desmoronado el resto del cuerpo y mi cabeza, sin embargo, acá mirándote, sintiendo como flamea tu imagen en la retina; como quiere desaparecer y no desaparece. Esto ultimo, me pregunto: ¿será porque te pasa lo mismo? ¿Será porque yo también tengo mi imagen en tu espejo, medio difusa, medio entre abierta, poco iluminada, un poco aturdida? ¿Será tu realidad tan parecida la mía, que sigamos siendo así, uno dividido en 2, quizás 3 realidades paralelas y no tanto? Y ¿que es todo esto que pienso? ¿Una metamorfosis borgeana que me lleva a recordar laberintos en los que estuve y espejos en donde hicimos alguna vez el amor?, ¿un vuelo ominoso crotazariano en los que lo que quiero, o lo que pienso, se entremezcla con la psicologia? ¿Que conclusiones matemáticas o filosóficas se saca del pleno dolor, que fórmulas mágicas adyacentes a la ciencia nos dicen como se pinta este cuadro, que anchura tiene esto incorpóreo, cómo se grafica o se escribe lo abstracto, cómo se fotografía tu cuerpo así, tan móvil y ligero que en cualquier momento desaparece, sin cometer la atrocidad de momificarlo en una imagen pictórica y finita. Me encuentro solo, sentado en la silla de mimbre media estropeada y mi cuarto que simula cualquier cuarto, imaginando que nunca te vi en este espejo, ni ahora (que realmente pareciera que si) ni nunca, antes, en los momentos que se te estaba permitido. Y se me ocurre pensar, esta vez, hacia delante, una imagen del pasado que se me vuelca diferente, como la recapitulación de lo que vivimos, cambiando, por culpa de mi imaginación algunos instantes: vos semisentada en la casa apretada contra la esquina de Morel y Ayacucho, esperando mi regreso con una cuota de misericordia y resignación, sabiendo imperceptible tu perfume que me recuerda la calma antes de la lluvia y me moja los ojos. Sin querer volvemos a los paseos en el barrio del frente, hilvanando frases y metafísicas de lo carnal y lo terrenal, tangenciando los circulos en los que estamos, escapando fervientemente del olor y la quietud, estamos tomando un simple helado sin pensar en que somos felices, sin caer en la cuenta de que el sentido de nuestros deseos comienza por su ausencia, en otras palabras: caminamos entre lo inconciente y la conciencia exagerada, somos felices sin sentirlo, sin recordar siquiera los algunos momentos errados y, erráticos como lo están en los diarios íntimos y las servilletas, los dejamos en la esquina de la plaza escritos en tiza sobre el cemento. No hay en todas estas imágenes un solo sinsentido (esos, de los que abundan en imágenes del pasado) ni una nube ni siquiera la noche que cae cuando no se la espera; las calles siempre tienen la cantidad de gente que necesitamos para caminar, los planteos acaban siempre en sentencias olvidables. Te imagino como la niña rosada y floreada que alguna vez fusite para mi, con tu vestido onduleando repicando sobre tus pasos cortos, incitando al sexo y la espera, jugando torpemente entre tus pies y la musica, y, con eso y todo no te imagino inalcanzable y eterna como siempre lo hice: detestablemente mi mente alcanzó un stop, un paraflacoestassoñandodemasiado y se me corta la película a la hora y media con la coca a medio terminar y masticando todavía el pochoclo. Una imagen que no deja de ser patética para ser frustrante. Y por todo esto aborrezco los hechos que pasaron y los que dejaron de pasar antes de que me convirtieras en un recuerdo fugaz o una imagen en el espejo, antes de que lentamente te convirtieras a piedra y roca y minerales y fisuras infinitas.
Y te extraño y no te extraño y quiero escribir bien y mal de vos, y quiero sacar la imagen que desde hace media hora se bambalea pendulante en el espejo. Y como no me supero, no encuentro la forma, la salida, de matarte de una manera que fuera diferente a convertirte en piedra, haciendo de mí la víctima que llega sin frases ingeniosas para hacerte volver; dejándome solo en este cuento con la puerta de madera y ese olor que todavía está pegado en el cuarto que ya dejaste hace tiempo.