viernes, 24 de agosto de 2007

ESE, QUE TIENE MI CARA (el principio en el final)

E`lo del pincipio pero re escrito, trato de hacerlo con la misma onda con que el original fue escrito dejandole la musica original y sacando algunos firuletes del violin que no iban al caso.
gracias por criticar esto.
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ESE, QUE TIENE MI CARA

Fue un sueño imperceptible, una loción suave que pasó por su mente que dejó a Tertuliano Maximo Afonso con los ojos abiertos y acariciado por un sudor frío en mitad de esa noche 3am.
Nunca supo de qué ser abominable-y tal vez demasiado conocido- era la sombra del cuerpo partícipe de su sueño. Se le confundían las frases enmarañadas que balbuceaba entre sus dientes de sombra, frente al fuego, en esa casa tan parecida a la suya.


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La noche se sumía en una profundidad de silencio negro, las cortinas no se movían por ninguna brisa maligna y no había sombras de árboles símiles de monstruos fantásticos en la ventana.
La silueta deslucida de un cuerpo entró como si fuese su casa, no se molestó en preguntarse donde estaba la llave de luz, lo sabía y no la usó. La luz quedó apagada. Desde afuera se percibe su soltura al moverse entre las sillas, los manteles de leche, la ventana geométricamente perfecta. Se movía libremente y no lo sorprendía la luz que traspasaba la ventana desde las calles movedizas, no lo asustaban los reflejos ni las sombras que parecían haber estado allí desde tiempos infinitos, estancadas en el fósil de la noche, como esperando que alguien les tomase una foto.
Tiritando, el cuerpo oscuro se sacó la campera mientras extraía de su bolsillo una caja de cigarrillos a medio vaciar; prendió uno con los fósforos de la cocina. La chispa y el fuego que se desprenden del fósforo durante un instante iluminan las muecas de su cara.
Por un segundo o menos Tertuliano Màximo Afonso tuvo tiempo de reconocer la cara vedada, pero por alguna razón no lo recordó al despertar.
La imagen perdió su flash, sus dedos iluminados, el flaco resplandor esclareciente. La caja perdió un fósforo, la otra un cigarrillo.
Antes de hacer lo que ha venido a hacer, el cuerpo de negra superfiecie pierde su atención y mira a la ventana; aprecia sus ruidos lejanos y sordos, mira la luminosidad móvil que cargan los coches que pasan por la autopista. Apoya ahora sus codos en la mesada de hielo y siente el frío que sube hasta sus dedos, soporta esa tortura y queda expectante mirando hacia la calle.
En esta posición el vidrio de la ventana reflejaba su rostro toda vez que una luz daba de lleno en su cara; y cada vez que esto sucedía la facie oculta sonreía sabiendo bien que el reflejo era la imagen especular de su propio rostro y no la de aquel rostro, el otro, su clon, ese rostro que duerme ahora del otro lado de la habitación. Pero no se detiene con esto último y presta solo atención a la imagen que dibuja sobre la ventana la luz de su cigarrillo.
Hubo un instante en que una bomba de vacío derritió todo el aire, absorbió todas sus sombras y solo dejó un hilo de humo estacionado en la imagen espesa de esa habitación. Junto con el aire desapareció el último camión de la calle dejando su luz en la ventana y regalándole así el último reflejo en ella que horas mas tarde la policía no vería.
Se volvió de espaldas y planeó concluir su plan.
Fue cuando tomo esta decisión que el cuerpo sombrío sintió calor; sentía que el pulóver lo abrigaba más de lo normal, lo hizo transpirar, lo agarraba con sus dedos de lana sucia, lo aprisionaba contra su ego, lo reducía de a poco a cenizas; la sombra forcejeó un tiempo y terminó por despojarse del abrigo dejándolo tirado en el suelo, como otra de las tantas cosas inmóviles de la cocina.
El arma que llevaba en su cintura quedó desnuda pues ya no la tapaba esa muda de ropa; se la sentía mas fría que de costumbre, la miró como si no supiese que estaba allí, la sintió pesada, la sintió incomoda, la reconoció ajena.
Pero la decisión estaba tomada. Vio la puerta cerrada que daba al cuarto y caminó avasallante hacia ella con sus hombros tumultuosos, con su sombra ancha sobre el piso y tomó el picaporte y antes de girarlo preparó el arma. Se dispuso a abrir la puerta; la abría despacio reconociendo el mueble con sus perfumes, la caída blanca de la cortina entreabierta, el reflejo de la ventana por detrás de los pies de la cama y sin saber por qué razón apuró el paso y de un solo tranco terminó de abrir la puerta. Rápidamente apuntó su arma mientras reconocía la cama del sujeto que debería estar acostado y vio a Tertuliano Maximo Afonso sentado, estático, duro, con los ojos abiertos y un sudor frío bañándole la cara en la mitad de esa noche, mientras el reloj verde marcaba las 3am. Disparó y lo mató. La policía no movió el cuerpo hasta una hora después del estruendo.
El asesino sin dar ni un respiro mas dentro de la habitación; balbuceando entre dientes frases incomprensibles se encontraba sentado junto al calor y la anacrónica luz del fuego de la chimenea, en el comedor de la casa, junto a la habitación, a metros del hombre que tenía su misma cara y un balazo en la frente.

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