lunes, 15 de septiembre de 2008

La verdad de la esquina de Taboada y Morel











El sol da las sombras pequeñas. Todos los días, cuando en ello repara, Eustaquio mira el reloj en el escritorio y decide, finalmente, olvidarla.
(Olvida su presencia y su rencor, su ausencia desmedida, sus imágenes infructuosas, sus pies sin ruido, la olvida a ella, eterna y fluorescente, la olvida.)
Y todos los días reacae: como con la historia, que es cíclica, la vida se ha ensañado con recordársela en las fotos, los avisos, publicidades que le muestran la risa o los viejo gratos momentos; se escabullen los recuerdos y las memorias entre las sillas de su escaso comedor, debajo del polvo añejo de sus años extraviados, detrás del rechinar invariable de la puerta que se cierra. Y sin embargo, todas sus ganas no vencen estas apariciones: el alcohol y las drogas que consume lo rescatan solo momentáneamente para dejarlo caer de nuevo, tal vez mas profundamente, al vacío en que la despreciable Carina Mariana lo ha dejado caer.
Camina entonces por Morel buscando incredulas excusas mientras se enamora de la vida, de los avisos de cine, del olor del pralinè; de las mujeres descalzas, de aquella dama plástica que simula un maniquí en la vidriera noctámbula de la esquina Taboada.
Y sobre esta última , un día soleado de septiembre, con todo el olor de las rosas y el invierno en plena partida, decide dejarle una mirada como prestada y se va: camina despacio, pensando si esa muñeca plástica de mirada marmórea y mural repara al fin y al cabo que debajo de su gomosa belleza remeda en sus ojos a la mujer ciega que quiere verlo y no lo mira.


Piensa en ella primero como un monolito estático y sinsentimiento que solo es mera receptora de miradas escrutiñadores y luego distraídas. Pero luego, y con el pasar de los semáforos, un planteo adolescente se le viene a la cabeza: ¿ y si no; y si su vida paralela es tan real como la nuestra, y con qué situaciones pelea todos los días; el calor del trabajo la agobia, la llena de dudas el papel de su existencia en el mundo, piensa estrategias políticas, le molesta la nueva juventud, la entristece sentirse usada, portadora de banales y efímeras vestimentas, quiere salir a la calle y recorrer las galerías luminosas y la plaza verde de la cuadra que sigue, tiene pareja, existen para ellos las parejas, la antinomia de la sexualidad, la tesis de la tortura amorosa, existen los gritos enrarecidos en un ambiente contaminado de palabras mediocres, tiene sueños en insomnios, al cabo: vive; se le enredan los pelos en la cara, suda, mastica la hipocresía, escucha la música; tiene un día de cal y otro de arena, siente la manos de quien le pone la ropa, o mas importantemente de quien se la quita, ríe? y en cada esquina, en cada rechinar del 60, en todas las ofertas, nace una nueva pregunta, media hipotética, media pelotuda.
¿Porque no preguntarle?, asume Eustaquio mientras con la otra mano retira la idea por tildarla de loca, ¿porque no plantarse con un café en medio de la esquina, dejando de lado las grietas, la gente que le grita barbaridades, las baldosas mojadas, los ruidosos trenes de la estación calafate y decirle, de una vez por todas: “hey...como andas”?. ¿Y si responde? y si nos dice que ella anda medio triste mirando soslayadamente a su patrona para agregar que ya no tiene ganas de seguir haciendo lo que.

Y Eustaquio se encuentra de repente escuchando su historia desde el plomizo día en que llego a Lutré con sus miembros en cajones separados, con su ropaje imprevisto, pasando por las grandes liquidaciones de una casa de ropas que cambia cada tanto de dueño y de nombre, le relata lentamente que las cosas no son fáciles para un maniquí, que sus pelos, que sus sueños, que sus ganas se enredan todas en el material de su piel, que eso de no sentir que no le importa, nunca la hizo y no lo hará ahora, que no sabe eso del amor que tan desesperanzado le decís que existe, que no, que no fuma.
Y Eustaquio tiene la tremenda necesidad de contarle su vida pero sin embargo las anécdotas se pierden a mitad de camino pues la cara inexpresiva de la mujer de plástica silueta se pone, de repente, a llorar. Así como si nada, la muy desgraciada te tira una lagrima, ahí, cuando vos no terminas en caer en que un maniquí te habla estas recibiendo la bofetada típica de una dama. Como no, digo, y le paso un pañuelo y le toco el pelo falso que le rodea la cabeza. Y ella sin querer me sigue contando que en verdad si, que la existencia es una porquería, que venirse al mundo para morirse, mira que barbaridad, y encima esto del tráfico, que no la deja escuchar al hombre que entra a las 7. La conversación se nos va de las manos, ella, tremenda, me dice con tristeza que no habla con sus pares, que como será lo cerrado de esa sociedad, que a veces piensa que no es ella la extraña allí, que de tanto estar paradita como un espantapájaros estético…

Me cuenta con su boca entrecerrada que admira al hombre que de 10 a 11 compra flores en frente, que le extraña de paso que seres que caminan se queden tan quietitos cuando la miran sin repararla detrás del vidrio. Que por momentos ella siente que el vidrio tiene mucho mas de unos milímetros, que tiene años luz, vidas enteras, desazones, regocijos que de ninguno de los dos lados nos enteraríamos si no... si no preguntáramos.

Y ahí un silencio de barranco; no mueve los ojos, pero, si pudiera, lo haría, como pensativa, como analizando algo en lo que acaba de caer, puliendo la idea de a poco me dice: y...¿ quien sos vos?
La pregunta salió con una dudosa sinceridad, me descolocó totalmente. Quién soy yo. No, que no te engañes, no soy un cuerpo de piel tan plástica como la tuya, no visto ropas que la remplazan, ni tengo a veces la mirada extraviada, ni extraño la plaza de la cuadra siguiente, me río, vivo, creo, me muevo, creo, me enamoro y tengo nauseas del amor, del fracaso, del miedo, creo, supongo, ahora que lo pienso bien. ¿porque me preguntas esto?
No se, te vi ahí, tan etiquetado, con el pecho cerrado, con los ojos vidriosos, con tu pregunta entre las manos, así tan atacante, tan queterecontra que pensé y este tipo: sentado así como está al otro lado de la mesa
(esta mesa que sin querer esta en el bar y un poco nos mira y se rasca los rincones de formas imperceptibles, que debe pensar y enrosacarse en cosas que nosotros no sabemos o que)
Y entonces me dijo que a veces se enamora de la gente, cualquiera, del que pase: el diarero que viaja con su bici rota al norte todos los días, la mujer anciana que compra el pan por la mañana, el tipo que tiene cara de dios, cualquiera, se enamora con un poco de pena, con esa pena que nos da el ignorante, no malentiendas, no el tonto, el ignorante, el que ignora que se la pasa el tren, que se yo que tren, es una metáfora tonto, me refiero a que por ahí no reparan en el tiempo que les lleva no perder el tiempo , ya se que es algo medio metafórico, sobretodo para un maniquí, pero en todo el tiempo que tengo ahí he adquirido ese poder de observar, si, tan importante, que la gente verdaderamente no vive, como vos, que te pisaste la lengua un par de veces con las mentiras y preconceptos que querías vomitarme sobre la vida y las plazas y las noches; pero ojo, no te lo digo porque estoy "al pedo" detrás del vidrio, sino porque me parece, de ver nomás que a tu gente le falta un poco vivir lo que hace, con mayúsculas y entre comillas, ¿entendes?
No, no entendía, ya desde el comienzo, el como Maria (el maniquí se llama maria) me estaba tirando años de observaciones obscenas, vouyeristas, intrépidas y trepadoras; comentarios que querían meterse en mi oído y yo rechazaba con católico conservadurismo burbuja, y Maria tan dura y petrífica diciendo cosas inalcanzables desde otra, tal vez, realidad.
Y por eso cada vez te miraba con mas cariño Maria, con esos ojos verdes dibujados, mal dibujados, contra la esferita de plástico, con esa boca que dice mucho y no acepta este café que esta frío, con la piel suave de andasaber que material que no tiene poros de donde meter el aire ni sacar el sudor, con esas piernas tensas que tenés debajo de la falda que sale 75 pesos.

Bendigo la tarde que te deje puesta la mirada, impresa sobre los pies sin dedos y me hice la pregunta de si hablarte o no. Me gustó hacerlo, quedarme acá y que me digas que según vos esta vida la estoy desperdiciando, o que por lo menos no la estoy aprovechando. Me gusto encontrarte y que me hables como el gran amigo que nunca fui, que me reclames una palabra, que juegues con tus ojos y tu mano y el pan, que no te sorprenda lo sorprendido que estoy, por escuchar de tu boca lisa las verdades que estaba necesitando.
Esta que encontré bajo los farolitos incandescentes de la vidriera de la Taboada y Morel, esa que observa las arrugas silenciosas de las caras invívidas, Maria, la de la piel y pensamiento tensos sos aquella que sin, querer o queriendo me hizo olvidar de...
cagamos.

3 comentarios:

bailame el agua dijo...

pablito es increíble...me metí por curiosidad en un descanso del estudio y me encontré con esto..si realmente lo has escrito tú tienes muchísimo talento (otro más,¡vaya!jeje)
tiene tantos mensajes semiocultos y tantas cosas que creo quieren ser dichas que me veré obligada a leerlo alguna que otra más y reflexionar...
mira que tus palabras siempre me vienen como anillo al dedo,en el momento justo y en el lugar exacto,lo quieras o no como en este caso..
un beso desde España..

Pablo J. Videla Vilá dijo...

de proto escritor a pseudo sicologo. q mierda che. se la ( se LOS) invita a la critica destructiva. a las cosas que no deberian ser: salu!

Lucas dijo...

A mi q no tengo mucho repertorio de palabras piolas me sale una sola expresión: De una. A fuerza de puros desengaños yo también comprobé que de diez maniquíes de plástico, una esconde sangre por dentro. Y normalmente esa vale las otras nueve cachetadas. Muy bueno che.