martes, 20 de febrero de 2007

El Peluquero

Esto trata de un hombre que ama y corta el pelo a una sola mujer y que muere de angustia frente a su ausencia.
El hombre –peluquero él- que ama y corta el pelo a una mujer de largos cabellos finos se muere de angustia –se suicida- aplicando un corte certero.
El hombre aplica un corte certero ya no debajo de los hombros de esta hermosa mujer morocha de largos cabellos finos.
La mujer hemosa tiene ojos invisibles y el resto de su facie no importa.
La mujer hermosa se ausenta por meses y siempre vuelve (como los latidos).
El hombre, de tez palida, espera mirando la puerta con los ojos vacios mientras pasan los cortes. Rememora quizas –el escritor no lo sabe- las escenas pasadas (aquellas, las que tienen importancia) en las cuales la hermosa mujer conversa con el peluquero que está feliz y hablan del libro de Cortazar, del precio de los autos, del mar y la oficina. Esto es cierto o el hombre lo imagina: a veces solo se ve en silencio mirando su reflejo que mira el reflejo de la mujer hermosa.
El hombre palido muestra su mirada a cada rostro que pasa por la puerta y no es aquella mujer que vuelve casi con las estaciones.
La mujer tiene otra vida fuera de la pueluqueria: debe tener una casa ademas del auto azul con el que siempre llega; quizas tenga tbn una pareja, tal vez un hijo.
El hombre, con sus ojos sin nada, con su nariz señalando a la puerta, espera su cita. Se abre la puerta y no es ella y él mira otra vez el reloj que cuelga por encima del espejo y verifica la hora con su reloj pulsera. Allá, del otro lado de la puerta y su perciana celeste, está la calle. Y detrás de la calle las casas. Y detrás de las casas un pájaro que come. Pero nunca ella.
Ella está en otra parte y decidió por fin olvidarse de la hora. Ella sabe –él no- loque está haciendo.
Hace 15 segundos el hombre mira con desamparo su mano, su tijera. La cita era ya hace 20 minutos.
El hombre de ojos vacios, de tez pálida, de boca ahusada no ve temblar su mano. No existe el reloj ahora, la puerta ni la música de fondo. Existe solo la tijera con la que corta los negros cabellos finos de la única mujer a la que corta y ama sincronicamente.
El hombre muere –se suicida- con un corte certero bajo la oreja, a un lado del cuello, sobre la piel que se tiende sobre la yugular.
La sangre brota rutilante, armoniosa con los latidos de su corazon que se va muriendo y deja de resonar sordamente en su pecho conforme solo queda el eco. Y el sonido en el pavimento; allí, fuera del cuarto, acusa el motor de un auto azul que ahora se detiene –tarde, porque deberia haberse detenido 22 minutos antes-.

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